Friday, 13 December 2013

Me sueñan




Me sueñan en una habitación por terminar, de cemento desnudo.


La cama, algunos muebles, están en su sitio; el resto de las cosas se amontonan por las esquinas; caos y memoria, como aquellos desvanes que explorabas siendo niño.
Intuyo recuerdos personales en cada prenda de ropa, en la lámpara polvorienta, en la bufanda rota . Pero son historias de otros sueños, y no logro prestarles atención.
A través de un tabique aún por construir se filtra una luz suave y cálida que me impide ver el exterior. Hay otra estancia anexa a la mía, digna del palacete de algún lord inglés: altas ventana, sillas acolchadas, enormes estanterías.
En todas partes se percibe movimiento. Gente que va y viene, trayendo cajas, instalando muebles, levantando paredes; el edificio crece a nuestro alrededor.
Y sin embargo, yo me estoy yendo.
Sobre la cama reposa una maleta roja, vieja, cuero y metal, ambos hechos polvo; y aunque hay otras muchas a mi alrededor, sé que es la única que me llevaré. En torno a ella se acumulan mis notas, mis pensamientos escritos. Cientos de papeles, servilletas, libretas a medias y folios arrugados en los que he intentado destilar, con escaso éxito, algún aspecto de mi desordenada mente.
Pero me doy cuenta de que no espacio suficiente, que no podré llevarlos conmigo, y que de todas formas es un acto inútil.
Después de todo, lo que importa es el viaje.
Todo esto lo pienso, lo sé, en el mismo primer instante en el que me sueñan.
En el segundo, ya he tirado dos jerséis gastados y un pantalón de pana en la desvencijada maleta; he agarrado del montón un único papel, teñido de un horrible color rosa oscuro, y cuyo contenido desconozco; y he bajado por las escaleras de cemento, aún a medio hacer.
Al llegar al piso de abajo me doy cuenta de que he pasado a ser yo el soñador
Aquí la casa es, más aún, un esqueleto de hierro y cemento; a pesar de todo se está celebrando una gran fiesta, donde todos gritan y discuten por algún motivo que se me escapa.
Pero no puedo pararme a averiguarlo, ya no tengo tiempo para perder; debo apresurarme, emprender el viaje.
Son las 18.00.
Ya ha salido el último tren, así que decido coger un taxi.
Arranco sin saber muy bien a dónde voy. Alguien, no recuerdo quién, dijo hace rato que mi destino era Argentina; pero no quiero hacerle mucho caso. Además, ahora veo claro que antes de nada tengo que pasar por Madrid.
Se lo digo al conductor. Me recuesto en el asiento, abrazando con fuerza mi maleta roja, que a estas alturas del sueño ya se ha convertido en una mochila negra; y mirando por la ventanilla, me abandono al hipnótico paso de las farolas de carretera.
Ha empezado a llover.
Va a ser una noche larga.

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