tan cerca;
la distancia es grande
y aún así siento en mis entrañas
el dolor de tu vacío.
Lo siento porque también es mío.
No tomes tu confusión por falta de equilibrio,
no cargues a tu culpa las dudas;
no es todo sino parte de nuestro destino.
Puesto
que
somos
hijos bastardos del Caos,
arrojados al mundo sin mediar palabra,
como único sentido
mapas obsoletos
y el pelearse por las migajas
que no son sino las ascuas de una tierra que se abrasa.
hijos bastardos de una sociedad
que ha hipotecado nuestros destinos
que nos ha quemado vivos, capado nuestros sentidos
para abandonarnos,
solos,
muy lejos del camino.
Aturdidos, perdidos,
imposible conciliar lo anhelado,
profundamente sentido,
con el yermo barrizal que nos rodea
infinito.
Oscuro como parezca el sendero
yo te pido
-no-
disculpame
pero
te
ruego
de alma a alma, con todo mi ser sentido,
que no te rindas.
Que perseveres,
que de las entrañas saques fuerzas
y en un ciego acto de fé
avances
con obstinada terquedad
como si claro fuese el objetivo.
Porque te aseguro que aquello que nos vuelve locos
es también la llave de nuestro camino.
Somos Titanes
sosteniendo a hombros el cielo en su caida.
Pero no es ahí donde ha de estar nuestra energía;
hemos de girar nuestra vista,
saber dónde buscar, redescubrir los viejos senderos,
y,
en un golpe maestro,
lanzarnos a por ellos, con garras, dientes
e impecable valía.
Somos dioses, oro alquímico,
brillantes almas atrapadas en laberintos.
Cada uno de nosotros con el poder de mover mundos.
Así que
no te desangres por las grietas que se abren al abismo.
No lo hagas.
Por favor.
Sólo
te pido,
te pido,
que te levantes y luchemos.
Que nos apoyemos.
El camino es solitario;
nuestra Gran Guerra,
invisible, mental, terrible.
Es por ello que ver a otro espíritu,
brillante, hermoso, guerrero,
desfallecer en el camino
es algo que no puedo,
no quiero aceptar.
Álzate, levántate,
luchemos, peleemos;
estamos en el momento decisivo,
el más importante vivido, pues es nuestro.
Tenemos capacidad infinita,
empuñémosla con voluntad de acero
y arrojémonos con pasión.
Pues el mundo exige, más que nunca,
almas valientes que
aun con la espalda en el abismo
encuentren las soluciones,
levanten los estandartes
e iluminen los nuevos caminos;
aquellos que nos llevarán a mundos
tan brillantes como los que soñamos.
Compañera,
te pido
te pido,
que no te rindas.
Te pido
que incendies tu alma
para que podamos emprender la batalla
que nos devuelva las alas.
Que tu espíritu ardiente
brille con tal pasión
que al mundo sirva de faro y mapa.
No te rindas.
Peleemos.
Vivamos
Y que si caemos,
sea con los dientes hincados
la emoción palpitante
y el deber cumplido.
Las célebres órdenes de la noche, de Anselm Kiefer (1997)